10 ene 2022

La vergüenza de ser pobre

Voy a divagar un poco sobre la condición de no tener una fuente de ingresos, no tener empleo, ser discapacitada y enferma crónica.

Pedir ayuda es difícil. Puedes vivir de la ayuda de amigos y familiares un tiempo, pero te sientes una inútil y una garrapata. 

Duele tener que ir a los servicios sociales a pedir ayuda, si eres alguien que siempre ha procurado ser independiente y no molestar a nadie. 

Te sigues sintiendo inútil y garrapata, pero por lo menos vas intentado sobrevivir o subsistir con la esperanza de que todo mejore (intentas disminuir tu impacto sobre los más cercanos para que el Estado te ayude, porque Hacienda somos todos). 

Mi resumen malo es que en 2015 (o antes) la salud se fue a la mierda, y desde entonces mi vida laboral se suicidó. Busco trabajo, con la esperanza de que si me contratan me de el jamacuco final y deje ya de depender de los demás, pero bueno, eso es otra historia. 

Así que una de las buenas ideas (tono irónico y no irónico a la vez) de la Diputación de Badajoz es dar una tarjeta con 100€ para gastarlos en mercado local. 

Siempre me ha parecido muy curioso el sentimiento de propiedad que se le da al dinero una vez regalado o donado. 

  • Das dinero a un pobre y le dices que no se lo gaste en droga.
  • Eres Amancio Ortega y se lo das a Sanidad para que lo gaste en Equipos para el cáncer.

Eres el Ayuntamiento y la Diputación y das varios folios con los códigos del CNAE de empresa en las que el beneficiario de la tarjeta puede gastarse el dinero: 



Vamos a ver. Si das el dinero para sentirte bien y generoso, ¿Por qué quieres hacer el seguimiento de a qué se gasta? 

Siempre me ha molestado esta reflexión, y cuando era yo la que podía dar limosna, no preguntaba en qué se lo iban a gastar (como mucho entablaba conversación cordial porque es lo que creo que más necesitaban, dejar de ser invisibles). Si había alguien en la puerta del supermercado le preguntaba qué necesitaba de dentro y se lo compraba. Si he podido hacer voluntariado, lo he hecho.

Entiendo que cuando el dinero procede de fondos públicos el sentimiento de responsabilidad de lo que se hace con él es el que genera esa necesidad de seguimiento, pero si necesitas comprar alimentos ¿Por qué hacerlo en mercado local si los supermercados grandes (donde no puedes gastarlos) son los que mejores ofertas tienen y podrían estirar el uso de ese dinero?

Así que ahora que soy yo la desgraciada, me molesta más ese sentimiento de propiedad, aunque al final me tenga que dar igual, porque si lo necesito, mejor gastarlo en lo que "los señoritos" quieran que seguir padeciendo. 

En cualquier caso, yo soy muy de mercado local, comercio de proximidad, responsabilidad social y todo eso, y quizá por eso me molesta esa coletilla, pero entiendo que no todo el mundo es así, y hay que "obligar" en cierto modo a que todas las personas vayan adquiriendo estas "buenas prácticas". 

Con todo esto, antes de navidad, el mes pasado compartí en Instagram esta foto


La hice justo después de que me diera la tarjeta el señor alcalde nada más y nada menos, y me dijeron que al día siguiente la tarjeta estaría activada y lista para utilizar. 

¡Tururú!

Y ahora es cuando viene el sentimiento de vergüenza que va a pequeñas dosis y al final acaba por explotar. 

La mañana que fui a recoger la tarjeta llegué 10 minutos antes de la hora a la que estaba citada, pero la secretaria había pasado la lista ya a los que iban detrás porque se ve que tenía prisa. 

Soy una persona sensible, pero ya tengo la sensibilidad al borde del colapso, así que cuando alguien habla con desprecio, no te hace caso o pasa de tí o me cabreo o lloro o me ofusco o un poco de todo. 

Para mí salir de casa resulta muy fatigoso. Tengo que concienciarme y sacar fuerzas de donde no las tengo, y ponerme hasta las trancas de cafeína o bebidas energéticas.Por lo que el que me den a entender que mi tiempo y esfuerzo es una mierda y que tengo que gastarlo en esperas inútiles me hierve el alma.

Al final la secretaria nos dejó pasar sin más incidente que la discusión de las personas a las que nos había saltado. Pero la gratuidad de estos malos ratos no le hacen bien a nadie. Sobre todo porque la salud mental que ahora tan de moda está es cosa de todos. Quizá tenga sus problemas la secre y la paga sin darse cuenta con los de fuera, pero no es plan, señora. 

Cuando me fui, caí en la cuenta de los mentirosos que tenemos alrededor. Había una mujer que se quejaba de que tenía que entrar a su hora y no podía esperar porque tenía que ir a trabajar. Un señor hablaba de sus tierras. Un poco de todo :S

Inocente de mí, pensé que qué bien que tenía trabajo, y el otro propiedades... Luego caí en la cuenta de que es una ayuda para personas en exclusión social, así que si trabaja, lo hace en negro, y probablemente haya usurpado la tarjeta a alguien que sí la necesita realmente. 

¡Sacrilegio! ¡Usura!

 Allí había personas que no tenían pinta de necesitar esa ayuda (no por las pintas de vestir, sino por lo que comentaban de su vida). Pero en mi interior pensé que quizás algunas serían personas como yo que no cuentan estas cosas a nadie, en parte por el qué dirán, en parte por la vergüenza de tener que pedir ayuda. Pero no. Allí había personas sin vergüenza alguna para pedir todo lo que le den porque ellos lo valen, y hablar de sus vidas que parecían bastante acomodadas.

Después de esto, mi fe en la humanidad se quedó tocada, pero a pesar de la maldad ajena (o ignorancia, o egoísmo, o todo ello a la vez), prevaleció la esperanza de que aún así las ayudas llegan también a quienes lo necesitan, a pesar de los "chupópteros" que entorpecen el sistema social.

Y por pensar estas cosas también me avergüenzo. Pienso en personas que piensan que todas las ayudas van a chupópteros y por eso no confían en el estado de bienestar. Me comparo con la imagen que asocio a los "chupópteros" y mi autoestima se resiente cuando sigo esperando encontrar un trabajo que nunca llega, ni poder estar dos días seguidos activa haciendo algo sin que me entren mareos y ganas de desmayarme.

Pero no acaba ahí. 

Dos días después fui a comprar comida al Hiperfrutas, pensando que tendría ya la tarjeta activada. 20 tantos euros en verduras para preparar la cena de Nochebuena.

Cuando fui a pagar la tarjeta no funcionaba. 

Llamé al teléfono que ponía en la tarjeta. Esperar, seleccionar, esperar, grabación, minutos de espera con la compra a un lado para no entorpecer a los clientes que venían detrás mía. 

Por fin me atienden, y me dan otro teléfono porque no pueden ayudarme. 

Explicar que la tarjeta es una ayuda social y debería estar activada. La dependienta me dice que ya la ha visto y que alguien ya la ha utilizado en la tienda. 

Llamo al otro teléfono. Esperar, seleccionar, esperar. Me atiende alguien más amable y tras explicarle el problema me da dos números de teléfonos alternativos. 

Vuelvo a llamar, esta vez al tercer teléfono. Vergüenza de mi desgracia de ser pobre que en un día he explicado más veces por qué tengo esa tarjeta y no puedo usarla. 

Me atienden y me dicen que mi tarjeta no está activa, y que ellos no pueden hacer nada. Que no es que la tarjeta de error o esté estropeada, sino que no tiene saldo. ¿Qué hago? No me dan solución, así que me ponga en contacto con quien me dió la tarjeta. 

Las emociones me alimentan, así que el cabreo me da energía para seguir dando por saco. Llamo al ayuntamiento. El conserje me pasa con secretaría. Diez veces. Porque a quien atienda el teléfono no le da la gana de cogerlo. Le pregunto al conserje hasta qué hora están. 

El muchacho de la tienda se ofrece para darle mi compra a un familiar y que luego me lo paguen. ¡No, por favor! Es mi compra, no tienen por qué pagar mis cosas los demás, ya bastante que me ayudan siempre. Le pido que me guarde las bolsas para recogerlas por la tarde y me llevo mi ticket con la deuda adquirida. 

Con mis dolores artríticos me voy al ayuntamiento. Saludo al conserje y me manda a la secretaría. Le explico mi problema a la chica que está allí. Me responde que hay más personas a las que le ha pasado, y que lo que toca es esperar. No me lo dice, pero está claro que lo piensa es "ajo y agua". Pregunto si puedo reclamar o qué narices hago, y me manda a mi casa. 

Me paso por la oficina donde compulsan con todo mi calentón por la injusticia. Ya he salido del armario, así que se entere todo el mundo de que esta bonita acción es una mierda. Pregunto si puedo hacer algún escrito o algo para quejarme. ¡Claro que no! ¿Acaso los ayuntamientos tienen política de quejas y reclamaciones? Ni en sueños. 

Me ayudan y me animan a ir a tesorería, que son quienes llevan esos fondos, a ver si ellos saben qué pasa. Voy allí. 

En tesorería por fin me dicen que lo que dijeron de activar las tarjetas en un día no ha sido así, pero que vaya a hablar con la responsable de Asuntos Sociales a ver si ella sabe cuánto van a tardar. 

Así que por fin llego a un sitio donde me dan la misma respuesta, "ajo y agua", pero más balsámica, con la explicación de que ya han hablado con el banco, y la excusa de que como Zafra empieza por Z somos los últimos en activarlas. Y que lo han publicado en Facebook (nuevo calentón por lo inútiles que son con la comunicación y no hacerlo en la página del Ayuntamiento que es donde deben publicar para que todo el mundo tenga acceso a la información, y no los usuarios de una red social que pertenece a una empresa privada extranjera).

Con la impotencia y la lágrimas asomándose pero que medio conseguí contener, tuve que aceptar la derrota y que la única solución era la espera. 

Me fui a casa, por la tarde recogí la comida y la pagué con el dinero que me dió mi padre. 

Después acabé agotada, creo que estas situaciones, aunque el cabreo me dé energía en el momento, después me da "resaca" y vuelvo a la fatiga crónica del sobreesfuerzo permanente.

No he vuelto a intentar utilizar la tarjeta. 

Imagino la vergüenza, y sino al menos mal rato que han pasado el resto de personas (300 unidades familiares en Zafra) que intentaron usar la tarjeta ese día. 

Gracias Diputación. Gracias Ayuntamiento. 

Ojalá diérais mejores instrucciones para evitar hacer sentir mal gratuitamente a los demás. Si en vez de esperar un día nos hubiéseis dicho una semana, nada de esto habría pasado, y yo, aún sintiéndome inútil y pobre, no tendría que haberlo compartido con personas con quien hubiera preferido no entrar en detalles, ni sentirme tan mal por repetir lo desgraciada que soy en voz alta (porque mientras no piensas en ello, al menos de forma consciente, puedes intentar dejar pasar el tiempo sin caer en depresión). 

Comparto mi historia, porque seguro que le ha pasado a más gente, pero no son cosas que se cuentan. Mi vergüenza es la vergüenza de muchas personas que no hablan de su situación porque ¿a quién le importa?. Pero si aquellos que son los benefactores no saben si funciona lo que hacen (porque prepotentemente están seguros de que sí), o la gente en general que se pregunta cómo van las ayudas sociales y por qué el pobre de la esquina tiene un televisor de 52 pulgadas, aquí arrojo un punto de luz con mi experiencia. 


¿Y tú? ¿Qué opinas? ¿Cómo te sientes cuando tienes que pedir ayuda? ¿Alguna vez has ido a los Servicios Sociales?